DUERO
Mucho tiempo ha pasado desde de aquel 15 de mayo de 1929 en que los obreros llegados de toda España comenzaban a construir el «Salto del Esla», a pocos kilómetros de su desembocadura en el Duero, una faraónica obra que daría trabajo a miles de obreros de toda España durante cinco años. Los ingenieros pusieron muchos años antes sus ojos en los grandes desniveles y angostos cauces de los ríos Esla y Duero conscientes de que reconvertir sus arribanzos y riberas en las mayores productoras de energía hidroeléctrica del país generaría riqueza para el Estado y las empresas que explotaran los saltos. Otra cosa sería para quienes verían anegadas sus tierras, casas, pueblos y caminos.
Allá por 1913 fue realizado el primero de los proyectos, la primera noticia que recorrió los pueblos delatando la construcción del embalse llegaba en el otoño de 1914. Concretamente cuando el día 6 de octubre los carabineros detenían a dos ingenieros industriales, cuando realizaban los primeros trabajos topográficos. El Reglamento de Costas y Fronteras de 1903 consideraba al terreno fronterizo como «Zona Militar» y ellos estaban trabajando sin autorización alguna. El espaldarazo definitivo a la construcción del Salto lo daba el rey Alfonso XIII al firmar, el día 23 de agosto de 1926 el Real Decreto-Ley por el que se hacía la concesión a la Sociedad Hispano Portuguesa de Transportes Eléctricos.
El Real Decreto hacía una exposición de hechos donde aparte del aprovechamiento hidroeléctrico se daba como beneficioso para controlar el caudal del Duero y el Esla antes de entrar a Portugal. A los portugueses se les salvaba de las continuas inundaciones y a cambio ellos permitirían la hipotética navegación por el Duero hasta el océano Atlántico. De hecho los portugueses ya navegaban por el Duero desde su desembocadura en Oporto hasta San Joao de Pesqueira desde 1789.
El 24 de Agosto de 1926 el Gobierno español publicó en La Gaceta un real decreto en el que se establecía la intención de reanudar las negociaciones con Portugal, con fin de establecer las reglas complementarias al tratado de 1912, para la construcción de los saltos del Duero, pero señalando que esas negociaciones tendrían un plazo máximo de 2 años.
Viendo los portugueses el peligro que corrían en caso de seguir con su posición intransigente accedieron a negociar, haciéndolo al final en términos bastante razonables, lo que propició que en algo menos de un año se llegase a un acuerdo.
Hoy en día, el tramo internacional del Duero/Douro es un espacio natural protegido.
DOURO
Se inician las primeras obras de navegabilidad en 1780-91, y hasta 1887, momento en que se finalizó la línea de ferrocarril, la vía fluvial era la única utilizada, “ni calles, ni carreteras, ni caminos para trotar a caballo, permitían seguir sin interrupciones esas riberas acantiladas”.
Claro que el río es navegable desde la frontera española a consecuencia de la eliminación de “Cachão de Valeira”, que abrió en 1791 la navegación segura aguas arriba, y que tiempo atrás se realizaba el peligroso paso con los barcos típicos, los Rabelos.
El Douro, ahora, es en realidad una sucesión de tranquilos y estirados lagos que organizan cinco grandes presas y cinco esclusas que existen en el tramo portugués colocadas estratégicamente, en uno de los extremos de las presas.
La más espectacular es la de Carrapatelo, construida en 1971 venciendo un desnivel de 35 metros, después se fueron inaugurando las presas de Peso da Regua en 1973, Valeira en 1976, Pocinho en 1982 y Crestuma en 1985.
La ruta del Douro, clasificada de interés turístico internacional, nos acerca a poblaciones portuguesas que viven de cara al río, como vía de comunicación y recurso. Los participantes comprueban en estas expediciones la amabilidad de estas gentes.
Alto Douro Vinhateiro, región demarcada para el cultivo de más de cien variedades de uva, entre ellas la gloriosa touriga nacional y la tinta roriz. Unos doscientos millones de cepas de vid, sostenidas por espalderas y alineadas en estrechas terrazas, han ido sustituyendo a los antiguos bosques de alcornoques, chaparros, acebuches y encinas.
Hasta hace menos de veinte años, esas viñas tan delicadamente cuidadas se dedicaban casi en exclusiva a los afamados vinos do Porto. Es la denominación más antigua del mundo, la instituyó el Marqués de Pombal en 1756, primer ministro del rey José I (1750-1777).
Una red de antiguas familias, muchas emparentadas entre sí, mantiene vivo y brillante ese mundo orgulloso, tradicional y gentil. Palacetes con muros ocres, grandes estancias llenas de muebles clásicos, hermosas capillas o ermitas campestres se enhebran mediante modestas carreteras y estrechos caminos colgados literalmente de los abismos. Hay quintas con dos siglos y medio de historia y muchas aceptan a los visitantes.
El ferrocarril que serpentea casi siempre al borde mismo del ancho y sosegado cauce del río no sólo contribuyó al desarrollo de estas preciosas quintas.